Seguramente a usted ya le pasó, entró al supermercado chino de la vuelta y enfiló para las góndolas del escabio, y qué encontró ahí??? Un nuevo Fernet listo para consumir: Fernet Chabonaaa!! Su primer pensamiento fué recordar aquella otra marca, Fernet Fernando (sé de personas que taparon varios inodoros por tomarlo) y su segundo tararear su pegajosa canción, "Ferné con coca, tomá Fernando, listo para disfrutar".
Podríamos adivinar que su tercer pensamiento fué adecuar la canción de la nueva marca: "Ferné con cola, tomá Chabona, que pega masss!!" (Acepto otras opciones). Adémas de todo nos sorprendió el precio $2, 25, tanto, que es muy sospechoso, tanto como el nombre....
Mención aparte merece el slogan de este siniestro brebaje que reza "pega más..."
Si alguien lo probó quiero comentarios al respecto si es que ya pudieron salir del baño.
Fernet Chabona
viernes, 12 de septiembre de 2008
miércoles, 28 de noviembre de 2007
Chistes Feministas!
¿En qué se parecen los hombres a los chicles?
Entre más los pisoteas, más se pegan.
¿Por qué existe el machismo?
Porque de ilusiones también se vive
¿En qué se parecen los hombres a las medias?
En que sólo sirven para meter la pata.
¿En qué se parecen los hombres a las computadoras?
Que tienen memoria, pero no cerebro
¿Cómo se les dice a los hombres cuando pierden la inteligencia?
Viudos.
¿En qué se parece un hombre a un teléfono público?
En que de 1.000 sólo sirve uno, y siempre está ocupado
¿Qué hace una mujer tirando a un hombre por la ventana?
Contaminando el ambiente.
Cuál es la diferencia entre disolución y solución?
Disolución: Meter a un hombre en una bañera con ácido.
Solución: Meterlos a todos.
En qué se parecen los hombres a los caracoles?
En que son babosos, tienen cuernos y se creen los dueños de la casa
Por qué son mejores las pilas que los hombres?
Porque al menos tienen un lado positivo...
En qué se parece un hombre a un microondas?
En que al principio piensas que sirve para todo, y al final sólo sirve para calentar...
Entre más los pisoteas, más se pegan.
¿Por qué existe el machismo?
Porque de ilusiones también se vive
¿En qué se parecen los hombres a las medias?
En que sólo sirven para meter la pata.
¿En qué se parecen los hombres a las computadoras?
Que tienen memoria, pero no cerebro
¿Cómo se les dice a los hombres cuando pierden la inteligencia?
Viudos.
¿En qué se parece un hombre a un teléfono público?
En que de 1.000 sólo sirve uno, y siempre está ocupado
¿Qué hace una mujer tirando a un hombre por la ventana?
Contaminando el ambiente.
Cuál es la diferencia entre disolución y solución?
Disolución: Meter a un hombre en una bañera con ácido.
Solución: Meterlos a todos.
En qué se parecen los hombres a los caracoles?
En que son babosos, tienen cuernos y se creen los dueños de la casa
Por qué son mejores las pilas que los hombres?
Porque al menos tienen un lado positivo...
En qué se parece un hombre a un microondas?
En que al principio piensas que sirve para todo, y al final sólo sirve para calentar...
lunes, 22 de octubre de 2007
Un golpe a la historieta
Héctor Germán Oesterheld (1919) conocido como "German" o el "Viejo" creador de "El Eternauta" y "El sargento Kirk" entre otros fue secuestrado por un grupo de tareas del Ejército tal vez el 27 de abril de 1977. Tal vez lo emboscaron en una calle de la ciudad de La Plata, tal vez nadie llegó a advertirle que la cita estaba cantado. Lo cierto: hacía tiempo que lo estaban buscando [...] A Partir del 69', según José Feinman, se transforma en un hombre que "se compromete con los sucesos de su país". Lo conmueve el Cordobazo, le duele el asesinato del Che y se suma a las filas del peronismo de izquierda [...] asiste a reuniones, opina, discute. Está presente en Ezeiza y en el 74' escribe la tira semanal "La guerra de los Antartes" con dibujos de Gustavo Trigo para "Noticias" diario de los Montoneros [...] Asume una vida en clandestinidad: duerme en hoteles o en alguna casa silenciosa de Tigre; deja de frecuentar a los amigos; camina por Buenos Aires con sombrero y bigote, dicta guiones por teléfono, envía cartas con indicaciones a sus dibujantes y borronea la segunda parte de El Eternauta que comenzará a publicar en plena dictadura del 76'. Unos meses después del golpe asesinan a sus hijas Beatriz de 19 y Diana de 23 [...] Estando detenido lloró la muerte de sus otras dos hijas, Elsa y Marina; fue encapuchado, golpeado y torturado hasta que decidieron asesinarlo a fines del 77' comienzos del 78' en algún lugar de Mercedes. El resto de la historia, fragmentos de sus días y noches en los centro clandestinos de detención fue aportado por ex detenidos: lo vieron en el "Vesubio"; estuvo en Campo de Mayo y en el "Sheraton".De su final en cautiverio, con la cabeza vendada, queda un último cuadrito: el abrazo que Oesterheld pudo darle a su nieto de tres años "en un horrible pasillo con paredes de látex brillante", en la penumbra de un campo de concentración.
No olvidar a los caídos que lucharon por sus ideales.
30.000 desaparecidos presentes! ahora y siempre!
No olvidar a los caídos que lucharon por sus ideales.
30.000 desaparecidos presentes! ahora y siempre!
martes, 9 de octubre de 2007
El Peor Analfabeto
"El peor analfabeto, es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la carne, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. Es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos: el político corrupto, mequetrefe y lacayo del gran capital". (Bertolt Brecht).
lunes, 8 de octubre de 2007
martes, 18 de septiembre de 2007
Pequeño Gran Hermano
“Todas las semanas, millones de personas toman partido para excluir a alguien”, advierte el autor: son los espectadores de Gran Hermano, que, así, serían llevados a “identificarse con el modelo de exclusión social imperante”.
Por Cesar Hazaki:
El programa de televisión Gran Hermano –exitoso en gran parte del mundo– gira en torno del eje inclusión/exclusión: los participantes son votados para quedar o salir expulsados. El formato se ha extendido a otros programas como Cuestión de peso, donde los participantes deben adelgazar semana a semana y el que no cumple queda afuera, en otros donde se trata de conseguir pareja o de bailar en busca de un sueño del que casi todos quedarán excluidos. En el orbe, semana a semana, en eventos televisivos, millones de personas toman partido para excluir a alguien. Lo notable es que el eje inclusión/exclusión propugna una identificación con el modelo social imperante.
Suele insistirse en que el discurso político ha decaído, que ya no produce efectos aglutinantes, apasionados en los ciudadanos; que hay un divorcio entre la población y la política. Sin embargo, la aceptación de la ideología predominante no se establece sólo de manera directa: muchas veces las propuestas mediáticas, sobre todo esas que hacen estallar pasiones masivas, hablan para y por los poderosos. Nos hacen ver lo que necesitan imponer en el día a día en la cultura del sometimiento.
Los exitosos Gran Hermano, con su eje en el par inclusión/exclusión, ponen en evidencia el darwinismo social con el que el poder procura someter a los excluidos y amenazar a los incluidos. El modelo social se hace entretenimiento masivo. Este proyecto de supervivencia del más apto abreva en las ideas de Malthus y Herbert Spencer, quien, en el siglo XIX, sostuvo: “Me limito a desarrollar las opiniones del señor Darwin relacionadas con la raza humana. Sólo aquellos que progresan llegan finalmente a sobrevivir y son los seleccionados de su generación”. Una clara división entre winners y losers, que establece como premio la inclusión social para los primeros y la desaparición de la vida comunitaria para los segundos.
¿Qué hace el público cuando asume un rol protagónico en la exclusión, cuando decide que una persona debe ser expulsada? Por de pronto, su “voto” lo constituye como consumidor: él debe pagar por su elección. En su subjetividad, se dan identificaciones que lo llevan a ser parte del proyecto. En éste, hay un adentro y un afuera. Y el consumidor-votante actúa con pasión: “Vos quedás afuera y yo, entre muchos miles, lo decido”. Pero el que quede afuera estará allí por sus propias dificultades o limitaciones. El drama de la exclusión social se transforma así en una ordalía, una aventura: cada participante podría torcer ese destino si acertara con las actitudes adaptativas correctas. La transparencia de la exclusión mediática solicita explicar en forma exhaustiva, sesuda, las razones, los pecados que cometió el que queda afuera. Se lo echa porque no merece estar en esa comunidad. Es un inadaptado social, un perdedor.
En los noventa, el neoliberalismo necesitaba una ciudadanía que aceptara el desguazamiento del Estado y los índices de desocupación en alarmante aumento que vendrían. Se trataba de preparar a los ciudadanos para que no se indignaran ante la desigualdad creciente. El miedo a la desocupación fue el eje del sometimiento social. La televisión aportó lo suyo. Mientras los padres eran ganados por Grondona y Neustadt, hubo una propuesta dirigida especialmente a los jóvenes: los bloopers –también una moda mundial entonces–. Se trataba de disfrutar con un humor que sólo era una expansión sin límite del sadismo dirigido contra el débil. Para el poder era necesario un tipo de humor que reiteraba la celada a un inocente, un castigo que la víctima no sabía por qué debía recibir; y la traición era realizada por amigos. Había un correlato entre ese espectáculo y el proceso neoliberal que propugnaba la ruptura de todo tipo de lazo solidario para realizar, sin costo, la exclusión social que el capitalismo necesitaba. Si durante la dictadura militar, la fórmula que sintonizaba con el poder era “Algo habrán hecho”, ahora “Es una jodita para Tinelli”: se trataba de reírse de la desgracia ajena. Aquella frase paradigmática justificaba la crueldad más terrible, dirigida hacia una sola persona y que contenía en sí los estereotipos del machismo. Con ese plafond, el menemismo completó el trabajo que la dictadura había dejado sin terminar.
Las transformaciones tecnológicas permitieron que los espectadores hayan dejado atrás la pasividad ante la pantalla que dominaba la inicial cultura televisiva. Hoy la velocidad e inmediatez de la comunicación necesita que el espectador sea un actor (de reparto) imprescindible en los medios. Pero las políticas de seducción que desarrollan los medios hacen jugar, en el entretenimiento, fenómenos masivos que son parte de las políticas neoliberales.
Gala de exclusión social
Tomemos por caso la “velada de gala” de Gran Hermano: históricamente, se trató de un tipo de reunión de las clases dominantes; retrotrae a lugares exclusivos y de selectivo acceso. Smoking, frac, vestidos largos; brillo y riqueza. La fiesta era a puertas cerradas, y el pueblo, “la chusma”, sólo podía ver entrar o salir a los elegidos, comentar quién venía con quién, admirar sus joyas, tomar partido por alguno, rechazar a otro. Recogiendo esa tradición aristocrática, la partida de uno de los participantes se concreta en una “velada de gala”. El televidente que, por teléfono o por mail, excluye a alguien, se cree un partícipe más de la velada de gala. Así el proceso de identificación ha realizado todo el camino que el poder requiere. El televidente ha sido cooptado por la ideología del poderoso. Al votar (con más pasión que en una elección de diputados), está identificada con un modelo que banaliza la exclusión social. Por vía del entretenimiento, se ha identificado con el agresor. La seducción del poderoso ya está en sus deseos y en sus actos. Acepta las reglas del juego, que lo llevan a aceptar y banalizar la injusticia social. Este circuito subjetivo va sumando voluntades para que la sociedad civil se incline hacia la aceptación creciente de la resignación.
Dado el contexto mundial de segregación, superpoblación y desempleo creciente, ¿por qué muchas sociedades que, en otros momentos históricos, rechazaron la injusticia y la exclusión, hoy asumen estos costos sociales sin mayor dificultad? Christophe Dejours, en La banalización de la injusticia social (ed. Topía), dice: “En 1980, frente a la creciente crisis del empleo, los analistas políticos franceses preveían que el número de desocupados no podría tolerar un índice del 4 por ciento de la población económicamente activa sin que surgiese una crisis política de envergadura, con disturbios sociales y movimientos de carácter insurreccional capaces de desestabilizar al Estado y la sociedad en su conjunto. Ocurría, en esos años, lo mismo en Japón: los analistas políticos preveían que la sociedad japonesa no podría asimilar, ni política ni socialmente, una tasa de desempleo superior al 4 por ciento. Los franceses, como la mayoría de las sociedades del denominado Primer Mundo, pueden soportar hoy sin graves conflictos un 13 por ciento o más de su población desocupada”. Sigue Dejours: “Hay en Francia un cambio cualitativo de la sociedad en su conjunto que implica una atenuación de las reacciones de indignación, cólera y la justicia. Atenuación paralela al surgimiento de reacciones de reserva, duda y perplejidad o franca indiferencia, junto con una tolerancia colectiva a la inacción y una resignación frente a la injusticia y al sufrimiento del otro”.
Parafraseando a Dejours, podemos decir que esos programas son una preparación psicológica para soportar la infelicidad y colaboran en anular cualquier acción contestaria. Jugar a ser verdugo del que se ganó su ejecución es incorporarse a la banalización del mal, eje de las políticas del darwinismo social; es agregarse a los que resuelven sin dolor ni indignación cuánta gente debe quedar afuera de la distribución de bienes materiales y simbólicos. Las audiencias, al votar en la velada de gala, actúan las razones del exterminio. Claro que, para el poder, la mayoría de los televidentes son tan prescindibles como los expulsados.
* Extractado del artículo “La ordalía mediática de la exclusión”, que aparecerá en el próximo número de la revista Topía. Psicoanálisis, sociedad y cultura.*
Por Cesar Hazaki:
El programa de televisión Gran Hermano –exitoso en gran parte del mundo– gira en torno del eje inclusión/exclusión: los participantes son votados para quedar o salir expulsados. El formato se ha extendido a otros programas como Cuestión de peso, donde los participantes deben adelgazar semana a semana y el que no cumple queda afuera, en otros donde se trata de conseguir pareja o de bailar en busca de un sueño del que casi todos quedarán excluidos. En el orbe, semana a semana, en eventos televisivos, millones de personas toman partido para excluir a alguien. Lo notable es que el eje inclusión/exclusión propugna una identificación con el modelo social imperante.
Suele insistirse en que el discurso político ha decaído, que ya no produce efectos aglutinantes, apasionados en los ciudadanos; que hay un divorcio entre la población y la política. Sin embargo, la aceptación de la ideología predominante no se establece sólo de manera directa: muchas veces las propuestas mediáticas, sobre todo esas que hacen estallar pasiones masivas, hablan para y por los poderosos. Nos hacen ver lo que necesitan imponer en el día a día en la cultura del sometimiento.
Los exitosos Gran Hermano, con su eje en el par inclusión/exclusión, ponen en evidencia el darwinismo social con el que el poder procura someter a los excluidos y amenazar a los incluidos. El modelo social se hace entretenimiento masivo. Este proyecto de supervivencia del más apto abreva en las ideas de Malthus y Herbert Spencer, quien, en el siglo XIX, sostuvo: “Me limito a desarrollar las opiniones del señor Darwin relacionadas con la raza humana. Sólo aquellos que progresan llegan finalmente a sobrevivir y son los seleccionados de su generación”. Una clara división entre winners y losers, que establece como premio la inclusión social para los primeros y la desaparición de la vida comunitaria para los segundos.
¿Qué hace el público cuando asume un rol protagónico en la exclusión, cuando decide que una persona debe ser expulsada? Por de pronto, su “voto” lo constituye como consumidor: él debe pagar por su elección. En su subjetividad, se dan identificaciones que lo llevan a ser parte del proyecto. En éste, hay un adentro y un afuera. Y el consumidor-votante actúa con pasión: “Vos quedás afuera y yo, entre muchos miles, lo decido”. Pero el que quede afuera estará allí por sus propias dificultades o limitaciones. El drama de la exclusión social se transforma así en una ordalía, una aventura: cada participante podría torcer ese destino si acertara con las actitudes adaptativas correctas. La transparencia de la exclusión mediática solicita explicar en forma exhaustiva, sesuda, las razones, los pecados que cometió el que queda afuera. Se lo echa porque no merece estar en esa comunidad. Es un inadaptado social, un perdedor.
En los noventa, el neoliberalismo necesitaba una ciudadanía que aceptara el desguazamiento del Estado y los índices de desocupación en alarmante aumento que vendrían. Se trataba de preparar a los ciudadanos para que no se indignaran ante la desigualdad creciente. El miedo a la desocupación fue el eje del sometimiento social. La televisión aportó lo suyo. Mientras los padres eran ganados por Grondona y Neustadt, hubo una propuesta dirigida especialmente a los jóvenes: los bloopers –también una moda mundial entonces–. Se trataba de disfrutar con un humor que sólo era una expansión sin límite del sadismo dirigido contra el débil. Para el poder era necesario un tipo de humor que reiteraba la celada a un inocente, un castigo que la víctima no sabía por qué debía recibir; y la traición era realizada por amigos. Había un correlato entre ese espectáculo y el proceso neoliberal que propugnaba la ruptura de todo tipo de lazo solidario para realizar, sin costo, la exclusión social que el capitalismo necesitaba. Si durante la dictadura militar, la fórmula que sintonizaba con el poder era “Algo habrán hecho”, ahora “Es una jodita para Tinelli”: se trataba de reírse de la desgracia ajena. Aquella frase paradigmática justificaba la crueldad más terrible, dirigida hacia una sola persona y que contenía en sí los estereotipos del machismo. Con ese plafond, el menemismo completó el trabajo que la dictadura había dejado sin terminar.
Las transformaciones tecnológicas permitieron que los espectadores hayan dejado atrás la pasividad ante la pantalla que dominaba la inicial cultura televisiva. Hoy la velocidad e inmediatez de la comunicación necesita que el espectador sea un actor (de reparto) imprescindible en los medios. Pero las políticas de seducción que desarrollan los medios hacen jugar, en el entretenimiento, fenómenos masivos que son parte de las políticas neoliberales.
Gala de exclusión social
Tomemos por caso la “velada de gala” de Gran Hermano: históricamente, se trató de un tipo de reunión de las clases dominantes; retrotrae a lugares exclusivos y de selectivo acceso. Smoking, frac, vestidos largos; brillo y riqueza. La fiesta era a puertas cerradas, y el pueblo, “la chusma”, sólo podía ver entrar o salir a los elegidos, comentar quién venía con quién, admirar sus joyas, tomar partido por alguno, rechazar a otro. Recogiendo esa tradición aristocrática, la partida de uno de los participantes se concreta en una “velada de gala”. El televidente que, por teléfono o por mail, excluye a alguien, se cree un partícipe más de la velada de gala. Así el proceso de identificación ha realizado todo el camino que el poder requiere. El televidente ha sido cooptado por la ideología del poderoso. Al votar (con más pasión que en una elección de diputados), está identificada con un modelo que banaliza la exclusión social. Por vía del entretenimiento, se ha identificado con el agresor. La seducción del poderoso ya está en sus deseos y en sus actos. Acepta las reglas del juego, que lo llevan a aceptar y banalizar la injusticia social. Este circuito subjetivo va sumando voluntades para que la sociedad civil se incline hacia la aceptación creciente de la resignación.
Dado el contexto mundial de segregación, superpoblación y desempleo creciente, ¿por qué muchas sociedades que, en otros momentos históricos, rechazaron la injusticia y la exclusión, hoy asumen estos costos sociales sin mayor dificultad? Christophe Dejours, en La banalización de la injusticia social (ed. Topía), dice: “En 1980, frente a la creciente crisis del empleo, los analistas políticos franceses preveían que el número de desocupados no podría tolerar un índice del 4 por ciento de la población económicamente activa sin que surgiese una crisis política de envergadura, con disturbios sociales y movimientos de carácter insurreccional capaces de desestabilizar al Estado y la sociedad en su conjunto. Ocurría, en esos años, lo mismo en Japón: los analistas políticos preveían que la sociedad japonesa no podría asimilar, ni política ni socialmente, una tasa de desempleo superior al 4 por ciento. Los franceses, como la mayoría de las sociedades del denominado Primer Mundo, pueden soportar hoy sin graves conflictos un 13 por ciento o más de su población desocupada”. Sigue Dejours: “Hay en Francia un cambio cualitativo de la sociedad en su conjunto que implica una atenuación de las reacciones de indignación, cólera y la justicia. Atenuación paralela al surgimiento de reacciones de reserva, duda y perplejidad o franca indiferencia, junto con una tolerancia colectiva a la inacción y una resignación frente a la injusticia y al sufrimiento del otro”.
Parafraseando a Dejours, podemos decir que esos programas son una preparación psicológica para soportar la infelicidad y colaboran en anular cualquier acción contestaria. Jugar a ser verdugo del que se ganó su ejecución es incorporarse a la banalización del mal, eje de las políticas del darwinismo social; es agregarse a los que resuelven sin dolor ni indignación cuánta gente debe quedar afuera de la distribución de bienes materiales y simbólicos. Las audiencias, al votar en la velada de gala, actúan las razones del exterminio. Claro que, para el poder, la mayoría de los televidentes son tan prescindibles como los expulsados.
* Extractado del artículo “La ordalía mediática de la exclusión”, que aparecerá en el próximo número de la revista Topía. Psicoanálisis, sociedad y cultura.*
lunes, 17 de septiembre de 2007
aborto legal
¿Defensa de la vida?La Iglesia y otros sectores se oponen al aborto argumentando que “defienden la vida del niño por nacer”. Pero lo cierto es que, mientras el aborto sigue prohibido, no por eso deja de ocurrir, ¡clandestinamente! Lo único que sucede es que las mujeres se mueren o sufren terribles consecuencias por los abortos mal realizados. Bajo el argumento de estar defendiendo la vida, las mujeres se mueren por hemorragias, infecciones y perforaciones uterinas. Mientras se refieren al embrión como si fuera la “vida” por excelencia, la mujer queda reducida a una cosa, como si sólo se tratara de una incubadora, donde un fragmento de su cuerpo se convierte en una “persona” con un supuesto derecho que se opone al derecho de la mujer, que no puede decidir sobre esa parte de sí misma, ni sobre su vida. El Estado, la Iglesia y la justicia parece que vinieran a desempeñar el papel de defensores de esa parte de la mujer ¡contra ella misma! (pero jamás se harían cargo de los hijos que ella tuviera).
¿El óvulo fecundado es una persona?Los que están en contra del derecho al aborto, suelen hablar del embrión o del feto como si se tratara de una persona. Lo que es muy extraño, sin embargo, es que si se trata de una persona no se la inscriba en el registro civil ¡el mismo día que el test de embarazo da positivo! La Iglesia ni siquiera bautiza los vientres de las mujeres embarazadas ni les da “cristiana sepultura” a los embriones de abortos espontáneos ¿Por qué, entonces, insistir en este argumento cuando se debate el derecho al aborto? Porque es una forma de transformar a la mujer que decide interrumpir su embarazo en una supuesta “asesina”. Cada uno puede tener la creencia que quiera con respecto al origen de la vida, contradiciendo incluso la más rigurosa investigación científica ¿pero es justo que el criterio irracional de algunos se tenga que imponer por ley para todos? El derecho al aborto no obligaría a nadie a practicarlo contra su voluntad; pero evitaría los embarazos forzosos contra la voluntad de las mujeres y las consecuencias terribles del aborto clandestino. Los supuestos “defensores del niño por nacer” ¿no tendrían que reclamar que el primer derecho de un niño debiera ser el ser deseado y concebido por la voluntad autónoma de una mujer que quiso convertirse en madre libremente?
¿Educación y anticonceptivos es suficiente?Hay quienes –con mejores intenciones que la Iglesia y los sectores reaccionarios- dicen que en vez de permitir el aborto habría que brindar educación sexual para que las mujeres tengan relaciones cuidadas y prevengan los embarazos ¡Pero la Iglesia que dice defender la vida es la primera opositora a los métodos anticonceptivos y la educación sexual! Además, ¿es suficiente la educación sexual? Para evitar embarazos no deseados es necesario contar con información y acceso a la anticoncepción; pero también, con educación, salud, trabajo... y derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Porque no es verdad que todos los embarazos no deseados ocurren por descuido. En primer lugar, los métodos anticonceptivos no son infalibles. Pero además, es fundamental reconocer que, en esta sociedad en la que las mujeres somos oprimidas, las relaciones entre varones y mujeres son desiguales, por eso somos víctimas de abusos, violaciones y también de relaciones sexuales y embarazos forzados por múltiples circunstancias.
Exigimos educación sexual y anticonceptivos para no abortar; pero también aborto legal, seguro y gratuito para no morir.
¿El óvulo fecundado es una persona?Los que están en contra del derecho al aborto, suelen hablar del embrión o del feto como si se tratara de una persona. Lo que es muy extraño, sin embargo, es que si se trata de una persona no se la inscriba en el registro civil ¡el mismo día que el test de embarazo da positivo! La Iglesia ni siquiera bautiza los vientres de las mujeres embarazadas ni les da “cristiana sepultura” a los embriones de abortos espontáneos ¿Por qué, entonces, insistir en este argumento cuando se debate el derecho al aborto? Porque es una forma de transformar a la mujer que decide interrumpir su embarazo en una supuesta “asesina”. Cada uno puede tener la creencia que quiera con respecto al origen de la vida, contradiciendo incluso la más rigurosa investigación científica ¿pero es justo que el criterio irracional de algunos se tenga que imponer por ley para todos? El derecho al aborto no obligaría a nadie a practicarlo contra su voluntad; pero evitaría los embarazos forzosos contra la voluntad de las mujeres y las consecuencias terribles del aborto clandestino. Los supuestos “defensores del niño por nacer” ¿no tendrían que reclamar que el primer derecho de un niño debiera ser el ser deseado y concebido por la voluntad autónoma de una mujer que quiso convertirse en madre libremente?
¿Educación y anticonceptivos es suficiente?Hay quienes –con mejores intenciones que la Iglesia y los sectores reaccionarios- dicen que en vez de permitir el aborto habría que brindar educación sexual para que las mujeres tengan relaciones cuidadas y prevengan los embarazos ¡Pero la Iglesia que dice defender la vida es la primera opositora a los métodos anticonceptivos y la educación sexual! Además, ¿es suficiente la educación sexual? Para evitar embarazos no deseados es necesario contar con información y acceso a la anticoncepción; pero también, con educación, salud, trabajo... y derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Porque no es verdad que todos los embarazos no deseados ocurren por descuido. En primer lugar, los métodos anticonceptivos no son infalibles. Pero además, es fundamental reconocer que, en esta sociedad en la que las mujeres somos oprimidas, las relaciones entre varones y mujeres son desiguales, por eso somos víctimas de abusos, violaciones y también de relaciones sexuales y embarazos forzados por múltiples circunstancias.
Exigimos educación sexual y anticonceptivos para no abortar; pero también aborto legal, seguro y gratuito para no morir.
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